
En una carpeta clásica con gomas en los extremos, Luis Berges conserva el proyecto de restauración de la iglesia parroquial La Inmaculada de Huelma, un destacado ejemplo de la arquitectura religiosa del siglo XVI en la provincia. En este documento, se encuentran escritos a mano y en papel vegetal, hasta el último detalle del coste de cada material utilizado en la recuperación de este templo, que comenzó con un estilo gótico y fue influenciado por el renombrado maestro de cantería Andrés de Vandelvira. Los trabajos realizados incluyeron el desmonte de las tejas de la cubierta actual del altar mayor y la sacristía, el transporte hasta la tolva, la limpieza y el apilado para su posterior uso, así como la reparación de la cornisa, los tejados y los aleros. Todo está meticulosamente detallado, sumando un presupuesto total de 3.973.307,78 euros, que hoy equivaldrían a poco menos de 24.000 euros.
“Es una iglesia elegantísima, que está resuelta con el estilo corintio. Entrar en aquel monumento me producía la misma emoción de silencio, esbeltez y elegancia que cuando entro en la Catedral”
En 1975, el prestigioso arquitecto jiennense recibió un proyecto que lo dejó maravillado. A punto de cumplir los 100 años, recuerda con admiración la “imponente belleza” de los muros de la iglesia. “Es lo mismo que siento al entrar en la Catedral de Jaén”, expresa. La restauración no se llevó a cabo en una sola fase, sino que se dividió en varias etapas. Aunque el objetivo principal era reforzar la cubierta, la magnitud del trabajo necesario para recuperar esta “joya” llevó a Luis Berges a dedicarse plenamente a la obra, que hoy se ha convertido en uno de los monumentos más visitados de la región.
“Entonces fue cuando conocí mejor Huelma, un pueblo que tiene un castillo de poca importancia como refugio militar, pero que debió de soportar muchísimos embates en el reino nazarí. Estaba situado en un promontorio que conservaba las edificaciones primitivas del pueblo, con un caserío urbano interesante”
La iglesia de La Inmaculada de Huelma, al igual que el templo catedralicio de la Plaza de Santa María, comenzó con un estilo gótico, pero se transformó con la llegada del renacimiento, gracias a la influencia de Andrés de Vandelvira. Este maestro aportó una notable transformación y ampliación al proyecto original, integrando elementos del barroquismo incipiente con la parte ojival ya construida. El exterior de la iglesia es de un estilo noble y sobrio, con dos portadas ubicadas en las fachadas laterales, una al norte y otra al sur.
“Fue un trabajo laborioso, porque recuerdo que se habían perdido los forjados del piso de la torre, de tal forma que no quedaba más que el elemento pétreo de las cuatro fachadas. Tuvimos que buscar una enorme viga de madera para poder forjar los distintos pisos”
Las obras realizadas incluyeron la eliminación de añadidos en la torre que defiende la entrada a la fortaleza, que había sido transformada en vivienda. Se construyó un alfarje como techo de la planta baja, tras sanear los muros de tapial, y se excavaron tierras entre los dos monumentos, construyendo escaleras para acceder a la segunda planta de la torre. También se restauraron tres saeteras, que fueron transformadas en ventanas. En la segunda fase, se montó el alfarje de techo sobre la segunda planta, junto a la entrada, y se realizaron diversas mejoras en la estructura de la torre.
“Es un orgullo que la gente se lleve fuera un conocimiento de la población tan bonita que tenemos y del paisaje de un Parque Natural de la categoría de Cazorla, Segura y Las Villas”
La torre quedó incompleta, lo que llevó a la construcción de un campanario de diseño simple que algunos consideran desproporcionado y que, según algunos críticos, afecta negativamente al conjunto arquitectónico. Sin embargo, el interior del templo es notablemente más rico, siendo uno de los más bellos de la Diócesis. La iglesia está dividida en tres naves con seis pilares cruciformes exentos, que recuerdan a los de la catedral de Jaén, aunque con fustes lisos. Los capiteles son de estilo corintio y sobre ellos se extiende una atrevida cornisa de la que emergen arcos de medio punto que sostienen bóvedas muy labradas, características del estilo de Andrés de Vandelvira.